Aunque se encuentra en un lugar que se puede decir
“urbanizado”, el sitio se siente desierto, aunque de entre los huecos las casas
adjuntas se percibe la mirada penetrante, quizás de niños, quizás de ancianos,
que ansiosos por mirar algo diferente a lo que acontece en el barrio están al
pendiente de lo que pueda acontecer.
Mi impresión, si a alguien puede interesar, es que este es
un barrio olvidado hasta por sus propios nativos, migrantes que por necesidad
tuvieron que salir fuera de su ambiente. Don Arturo Márquez, en su trabajo de
construcción de la tradición de este barrio podremos decir, por las firmas que
se plasman en el cemento que eterniza el momento, logró construir un sagrario
en 1948 en el sitio en dónde se adora a Santo Tomás de Aquino.
Entonces, en este mismo tiempo, el padre Márquez comenzó a
ver la construcción de la carretera Panamericana y también observar como
partían a Izúcar en su mismo corazón, cortando el frente de entrada del
convento de Santo Domingo, que fue construido en el siglo XVII y que en unas
cuantas horas quedó convertido en simples piedras y todos los recuerdos que
allí en su muro blanco estaban plasmados, también desaparecerían.
Quizás, pretendiendo olvidar ese trance se hubiera ido a
observar lo que ocurría en un barrio que tradicionalmente manda sus gentes al
extranjero y no precisamente como turistas, sino por necesidad de no encontrar
trabajo en su lugar, así pudo observar que la mayordomía de Santo Tomás, de una
manera que podemos llamar chusca, por no decirle trágica, ofrecía trabajo para
“cinco albañiles que deben presentarse temprano en el patio para iniciar la
labor de levantamiento de castillos y templado de pisos”, según rezaba un
anuncio que se hizo circular y que se conserva en el archivo de la Parroquia de
Santa María.
Así el Señor cura llega a este lugar de altar austero, con
un pequeño campanario pero sobre todo un sagrario, que los nativos quieren por
ser “su construcción”, aunque más por ser el lugar de donde estará el espíritu
de Dios.
El Santo Tomás de Aquino, patrón del barrio, contiene en sus
inscripciones, a más del hábito dominico, por supuesto, un libro, la paloma, el
cinturón de fuego, alas, lirio, cáliz, símbolo de la iglesia, pero sobre todo
del sol, el sol que se reproducirá en las fachadas de los templos extremos de
norte y sur, de la zona oriente y poniente respectivamente, quizás, para
afirmar que el lugar es de dominicos. A este sitio llega el párroco don Arturo
Márquez tal vez para olvidar lo que estaba pasando en el centro sin pensar que
en la recién echada plancha de piso de la iglesia quedaría el momento en que,
tal vez no de manera directa pero sí por el trabajo constante hecho por el
padre, lograba realizar la obra del piso, según se lee en el relieve escrito a
mano sobre el cemento del piso que la mayordomía logró construir en el año
1948, con ayuda de don Arturo.
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