miércoles, 13 de enero de 2016

Izúcar: La leyenda de la Virgen que lloró

Autor del artículo: Alfonso Gil Campos

Para muchos, el despertar y abrir los ojos a un  nuevo día es un milagro; muchos milagros ocurren durante nuestra vida misma, sin embargo, el tema que hoy abordaremos ocurre precisamente un 24 de septiembre de 1909, a casi un año de que iniciara la Revolución  Mexicana y que trajera graves consecuencias económicas, sociales y sobre todo en la misma población al haber hambre, enfermedades y muerte.
Pues bien, hace 106 años, ocurrió un milagro y del cual se convirtió en leyenda que fue pasando de generación en generación hasta  que casi 50 años más tarde, el Señor Cura Don Arturo Márquez Aguilar recoge y manda imprimir en una hoja esta narración  y no es sino hasta hace unos años que la Maestra Josefina Esparza Soriano radicando ya en Izúcar de  Matamoros, escucha esta narración y  le imprime su toque literario para convertirla en una bella leyenda.
“Izúcar, la cálida, la heroica ciudad, puede agregar un adjetivo más a su nombre: legendaria, porque  al amparo de su clarísimo cielo  se han acompañado  un gran número de leyendas que sus habitantes repiten con fervoroso respeto como la mística leyenda de La Virgen que Lloró  la cual narraremos a continuación.

El tiempo transcurría, lento, a  lo velardeano: “las campanadas  caían como  centavos”… desde las torres de la parroquia, entendiéndose por toda la ciudad debido a los  escasos ruidos en aquella tranquila época en esa tierra de cañaverales, allá por las postrimerías del siglo XIX, por lo tanto, antes del movimiento revolucionario que vino a cambiar bruscamente la fisonomía de las provincias poblanas.

Pues bien, por aquellas fechas vivía una modesta familia en una insalubre “accesoria” de la “Calle de la Acequia Chiquita”, actualmente, Segunda Calle de Victoria, cuyo dueño era el conocido terrateniente Don Néstor Torres. La familia trabajadora que habitaba es esa casa estaba formada por el jefe: Don Rafael Soriano, felizmente casado con Doña Nazaria Flores y padres de una tímida y soñadora jovencita, aproximadamente de 16 años, cuyas virtudes eran conocidas por todo el vecindario.


Todo en ese humilde hogar denotaba pobreza, decadente y  escaso mobiliario: dos añosos catres rechinantes, cubiertos por limpias colchas de “parches”, confeccionadas por la paciencia y laboriosidad de madre e hija de Don Rafael, en un rincón de la habitación, en una mesa de pasado esplendor, la imagen de una virgen de los Dolores que iluminaba y embellecía toda la casa y enviaba sus resplandores hacia  la calle, puesto que durante el día la puerta siempre  estaba abierta. La imagen había sido regalo de bodas de una vieja dama de un pueblo  de el estado de Guerrero, tía de doña Nazaria, esta mujer devota de la dolorosa le encargó a su hija  Ana María que fuera “al campito” a traer flores para el “altarcito” de la mencionada Virgen de los Dolores.

El marco de la imagen  estaba despintado casi en su totalidad y tenía una madera aun olorosa de las que se cultivan en el estado de Guerrero, tan apreciadas en la actualidad, por la noche la imagen era iluminada por la mortecina luz de una veladora que nunca faltaba, aunque la miseria era apremiante, pues cada  día el pago de la semana  era la primera compra que hacía el matrimonio Soriano.

La bellísima imagen a pesar del dolor que manifestaba   por el suplicio del hijo amado, estaba  pintada al óleo, tal vez un anónimo pincel de España o de México, ya que era muy frecuente en aquel  tiempo en que la mayoría de las imágenes llegaban de Italia o España. Esta imagen tan famosa en el mundo  católico tenía algo irreal, cierto magnetismo que irradiaba haciendo que todo el mundo que pasaba por esa calle se detenía a contemplar la imagen  por unos minutos, aunque la invadiera la prisa por llegar a su destino.

A pesar del aparente abandono en que se encontraba la imagen, pues estaba colocada en un rincón de la pobre habitación, su color violeta se clavaba en la mirada de los admiradores haciéndolos sentir una agradable sensación de optimismo y tranquilidad aunque esta virgen es fiel retrato de la tristeza, el puñal que atraviesa el pecho de ella, es tan natural que se puede tocar.

A pesar de ser el simbolismo del dolor de la virgen, junto a la que parece una peña, los tres clavos ensangrentados por el suplicio de Cristo, aquel viernes inenarrable, preámbulo de todo el mundo cristiano hasta unos días. El rostro de la virgen a pesar de verse ensombrecido por el dolor irradia una inmarcesible luz que ilumina  la vida de quienes la contemplan.

Después de estas reflexiones sobre la espiritualidad de la dolorosa volvemos a nuestro relato.
Un día en que las dos mujeres de nuestro relato se encontraban afanosas desempeñando  sus labores hogareñas, la joven Ana María, quedó perpleja: vio que de los ojos de la Virgen brotaban auténticas lágrimas que corrían  por las mejillas y se perdían en el marco deteriorado de la imagen, incrédula por esta visión, tocó la humedad de las mejillas de la virgen y no pudiendo controlar su nerviosismo, lanzó un grito de estupor mezclado con alegría. Al oír gritar a su hija en forma desacostumbrada, la madre, que  estaba en el otro extremo de la habitación preparando la frugal comida, junto a un tosco anafre de barro, asustada interrogó a su hija.
-¿Qué te pasa hija mía? ¿Te picó un alacrán? (animal muy común en Izúcar) dame tu mano te voy a curar con ajo.
-¡No mamá! Gritó la muchacha, la virgen ha llorado… ¡Mírala!

La madre comprobó la veracidad de las palabras de la hija, tocando la mejilla de la virgen todavía húmeda. Surcó su mente la palabra milagro y quiso hacer copartícipes de tal hecho a sus vecinos.
Pasada la sorpresa a su llamado Don Agustín Verdín  y Doña Luisa Cuevas y  ésta acompañada de su hija María Montaño… llegaron a la habitación de los Soriano, dispuestos a contemplar el milagro que su vecina les había participado entre voces entrecortadas por la emoción, se arrodillaron  y santiguaron frente a la virgen venerada y poco a poco atraídos por la noticia empezaron a llegar más vecinos, pues llamaba la tención de todos los que pasaban, la aglomeración que se iba formando hasta la calle donde habitaba la modesta familia y un hombre ya entrado en años y seminarista en su adolescencia pronunció las conocidas palabras:”¿Quist est homo, qui nom floret  chisti natren si dideret in tanto supplicio?”. Que traducido a nuestro  español es: ¿Qué hombre no lloraría, si viese a la madre de Cristo en tan atroz suplicio?

En la provincia poblana todos los habitantes forman una gran familia y ante este hecho sobrenatural, todo el pueblo matamorense se volcó pleno de fervor ante la imagen  realmente milagrosa y aquel humilde hogar fue en unas cuantas horas el polo de atracción  de todos los matamorenses , de todos los rumbos de la ciudad se presentaban  verdaderas romerías, todos querían presenciar el milagro de la Virgen  que lloró  frente a la ingenuidad de la virtuosa chiquilla, esta noticia pronto traspasó los límites de la ciudad y las poblaciones circunvecinas  llegaban en carretas, asnos o caballos, un gran número de creyentes que no querían quedarse sin conocer a la Virgen milagrosa. También llegó la noticia a los oídos del cuerpo sacerdotal, estos sacerdotes se presentaron ante  los miembros  la familia y sus vecinos les dijeron que sólo había sido una alucinación de la hija, que no era posible tal milagro y a pesar de las súplicas del vecindario, los sacerdotes no hicieron caso de sus peticiones de rezar allí mismo una  misa por tan inaudito Milagro.

El señor cura de Izúcar, ese día no se  encontraba   en la ciudad, pues había ido a ciudades vecinas a cumplir con su ministerio, sin embargo a tantas súplicas de los vecinos del matrimonio Soriano, enviaron a un mensajero a avisar al señor cura que su presencia era requerida urgentemente por tal motivo.

Una vez que le señor cura llegó a la casa,  tantas veces mencionada  se arrodilló frente a la imagen y después de interrogar detenidamente a la familia, comprobó la realidad de los hechos la virgen presentaba   los párpados enrojecidos por el llanto y todavía frente al sacerdote resbaló una gruesa lágrima, ante esa evidencia el señor cura dirigió a los feligreses una magnífica alocución y se organizó un monumental rosario a la imagen  del milagro que no solamente era capaz de llorar, sino que para dar mayor muestra a los fieles, llegó a sudar ante ellos, quienes vieron una diadema luminosa sobre la frente de la virgen hecha con gotas de sudor.

El pueblo matamorense quedó maravillado y agradecido por tal privilegio ser ellos los testigos de un hecho milagroso en que La Virgen de los Dolores, dentro de un despintado marco de madera había cobrado vida inexplicablemente y ofrecer al pueblo el llanto, ya no por su hijo, sino por todo el pueblo ya que todos se consideraban hijos de la Virgen y ella como la madre espiritual de todos los católicos estaba afligida por los Dolores de todos sus hijos que sufrirían el ver desmembrarse familias enteras con el pronto advenimiento de un movimiento armado que ya se vislumbraba en aquella época. Así  lo interpretaron los más fervientes creyentes de los milagros de la Virgen, tiempo después.

Más tarde, después de una serie de visitas al humilde hogar donde se encontraba “La Virgen que Lloró” según palabras de los vecinos y de considerar aquel cuadro como sagrado, la noticia seguía electrizando a todo el mundo católico, el matrimonio recibía jugosas dádivas de los visitantes que recorrían muchas leguas para poder ir a  postrarse ante la virgen  a la que tocaban levemente con su labios por temor a profanar con sus besos la imagen venerada, a todas horas hacían guardias frente a la imagen, grandes cantidades de flores adornaban su altar a tal grado que toda la calle de la ciénega chiquita, desparramaban aromas hacia las calles vecinas, los fuereños que no conocían la ciudad eran  guiados  por esos aromas, todo el pobre cuartucho se convirtió en un inmenso altar, los habitantes del mismo vivían, ya entre las galas de las familias más acaudaladas de la ciudad acosados por la infinidad de invitaciones que recibían como recompensa por ser los escogidos por la Virgen para la realización del milagro.

Un reconocido católico de la ciudad, invitó a  los vecinos para dedicar diariamente una misa a la dolorosa, desde luego acompañada por las más prestigiadas voces de damas católicas que formaban un coro monumental. Una piadosa señorita de la localidad llevó a dos inocentes niñas, las hermanitas Carmen y Refugio Ibarra ante quienes la Virgen volvió a llorar…la inocencia de las niñas enjugó el llanto de la virgen.

Pasados algunos días del milagro y en una de esas espléndidas noches matamorenses llegó el señor cura , a pesar de la evidencia, todavía incrédulo, al rezar ante la imagen  y al estar ensimismado en sus oraciones, de pronto observó que del rostro de la virgen brotaba un regio resplandor que los hizo temblar de pies a cabeza y, tremendamente conmovido ante esa nueva prueba como respuesta a su incredulidad permaneció arrodillado frente  a la virgen y tomó una decisión definitiva : dijo a los dueños de la imagen que no  podía permanecer más tiempo en ese humilde rincón, que posiblemente había hecho el milagro porque al igual que la Guadalupana en otro tiempo, lo que deseaba era tener un lugar propio para permanecer todo el tiempo venerada por los feligreses, que esa imagen aunque a ellos les perteneciera, debería estar en un lugar digno de ella y ese lugar debía ser la Iglesia de Santo Domingo donde ya le habían preparado un altar.

El matrimonio entre lágrimas y oraciones entregaron la imagen al Señor Cura para que fuera colocada en el altar que ya estaba preparado para ella, donde a través  del tiempo todo el pueblo la reverenciaría.

Actualmente el pueblo matamorense sigue venerando esta imagen en el templo de Santo Domingo, como lo anunciara aquel preclaro sacerdote que eligió para ella ese lugar. El matrimonio Soriano  ha desaparecido, pero el pueblo a través de los descendientes de algunos testigos de aquel hecho, sigue narrando a las nuevas generaciones aquel famoso milagro de la Virgen que Lloró.

Esta historia, nunca perdida entre las márgenes del tiempo, ha hecho del pueblo matamorense un profundo conocer de todas las tradiciones y leyendas, y este hecho que algunos narran como real, por obra y gracia del tiempo ha venido a enriquecer más la legendaria ciudad de Izúcar de Matamoros.
Así han nacido todas las leyendas que perfuman el suelo poblano: un hecho real se transforma a través del tiempo en leyenda, por inverosímil y milagroso y al repetirlo continuamente a través de generaciones, va entretejiendo el ropaje de la leyenda ya que en la actualidad es inexplicable un hecho así, puesto que estamos viviendo una etapa histórica donde predominan la ciencia  y la técnica y estas no se atreven a interpretar el velo sutil de la fantasía que adorna las leyendas de Puebla.”

Hasta aquí la hermosa leyenda que enmarcó magistralmente la Maestra Josefina Esparza Soriano y damos paso a las festividades, recordando a la Señorita Josefita Espinobarros quien por muchos años tuvo  a su cargo las Misas de cada mes y la Festividad; posteriormente Doña Virginia Ruiz de Armenta; así como  Carmelita Campos Armenta, apoyada por vecinos  devotos de la Virgen que Lloró; actualmente  el encargado de llevar  a cabo las festividades a nuestra Virgen ,  es el abogado  Noé López García.

Cabe destacar que será este jueves 24 de septiembre  en que se  realizará el Santo Rosario  a las 5 de la tarde en la Parroquia de Santo Domingo, para posteriormente dar paso al Procesión por la calle Benito Juárez, Calle Victoria, haciendo un alto donde se apareció la Virgen;  para posteriormente  continuar por la  Calle Guerrero y Calle Reforma,  y finalmente entrar al templo de Santo Domingo donde se oficia la misa aproximadamente a  las 7:30 de la noche.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario