Santiago Mihuacán (del náhuatl, cuyo sustantivo Miua o
Mihua: Dueño o poseedor de las flechas; y can, sufijo indicativo de lugar: por
tanto éste es Lugar del dueño de las flechas).
Andando por las calle de este barrio, que se ubica en el
norte de la ciudad, cuando iba con rumbo de la capilla que se construyó a
principios de la década de los 40, como una muestra de apoyo del padre Márquez
Aguilar a los habitantes de éste, por haber dejado al hermoso santuario
Santiago en manos de la Parroquia, me preguntaba, aún sin ver la iglesia a la
que me dirigía ¿cómo sería este barrio en los tiempos que estamos
reconstruyendo?, ¿si habrá tenido las mismas calles sin pavimentar? y ¿si valió
la pena el cambalache hecho para que no se siguiera insistiendo en coordinar el
Santuario de Santiago, como todo buen barrio que precie serlo y conformarse con
un local muy escondido, aunque en el corazón de la comunidad?

Conforme me adentraba en éste, mis dudas se iban disipando,
pues sí, iba sobre las viejas calles del lugar aún todavía sin pavimentar, como
me lo mostraba la antiquísima acequia y sus pequeños puentes de ladrillos
elevados apenas del nivel del suelo, que permiten la entrada y salida de las
casas del sitio. Tal vez la “modernidad” que inundó en décadas posteriores a la
ciudad no abarcó a los barrios alejados del centro, y sobre todo a éste, al
que, desde mi punto de vista, se le cometió una injusticia al despojarlo de su
sitio sagrado, empujando su centro rector hacia la parte oriente del río.
Como escribimos anteriormente la gente de este barrio
siempre ha demostrado tener signos de independencia y autonomía, pero todo esto
lo perdieron cuando decidieron, en 1940, por propuesta del párroco Arturo
Márquez, tener muy cerca a su santo Patrón en una pequeña capilla, que no por
el hecho de ser chiquita sino de no ser artística, desmerece a la imagen que,
dicen sus fieles creyentes, se apareció milagrosamente en algún lugar del
barrio.