Reina Cruz Valdés
Introducción
El objetivo de
esta ponencia es empezar a reconstruir la historia del Hospital de San Juan de
Dios de Izúcar. Ésta se encuentra ligada a la historia de la Orden Hospitalaria
de San Juan de Dios; llegó a la Nueva España en el año de 1604. Esta orden de
hermanos estaba dedicada a la atención de los enfermos, por ello en el Nuevo
Mundo fundó una importante red de hospitales.
En Puebla se
estableció en el año de 1626, en una pequeña capilla llamada de San Bernardo;
esta orden se propagó en el obispado de Puebla en lo que hoy es nuestro estado;
fundó cuatro hospitales en Atlixco en 1731, Tehuacán en 1744 y en Izúcar en
1748.
Fundación del
hospital de Izúcar de Matamoros
No es aventurado
pensar, que la cercanía con la ciudad de Atlixco y viendo la labor que ahí
desarrollaban en aquellos tiempos los frailes de San Juan de Dios, haya sido un
motivo para impulsar la idea de fundar un hospital en esta población; sin
embargo, el principal motivo fueron las contínuas epidemias y enfermedades que
sufrían los habitantes de estos lejanos lugares.
Esa fue la razón
por la que se juntó un grupo de personas interesadas en emprender esta obra; se
reunieron diversas opiniones de las repúblicas de indios de la región que
albergaba a nueve curatos, con sus representantes, y un grupo de pudientes
enviaron una carta al excelentísimo señor oidor Capitán General Don Juan
Francisco Güemes y Horcasitas el 19 de marzo de 1748. En ella le pedían que se
funde un hospital porque “los hijos de estas repúblicas presentan grandes
necesidades en lo dilatado de esta provincia que se compone de nuevo curatos,
no teniendo recurso en lo humano de sus dolencias porque carecen de medicinas y
personas inteligentes habiéndose experimentado en varias epidemias el ningún
consuelo de los miserables que se morían sin alimento… se le pide que funde el
hospital con el capital que se ha juntado y se pide se mande a los religiosos
de San Juan de Dios…”. La idea de fundar un hospital fue aprobada materialmente por las personas
pudientes de ese partido, que a decir de ellos mismo era “una de las mayores de
ese obispado”. El
licenciado Don Carlos de Vergara, el presbítero comisario del Santo Tribunal
Don Cayetano M del Pulgar, el administrador de las reales alcabalas, albaceas
testamentarios y tenedores de bienes de Don Bernardo de Mora, R de Mora,
Reverendo Padre Fray Joseph de Sn Miguel de la orden de San Agustín, el
administrador del ingenio de San Nicolás Dn. Agustín de A. Mercader ,Peña, y
las señoras Magdalena Pérez, Gertrudis de Torres, y Magdalena de Abrego todas ellas viudas, reunieron un capital de 8 mil pesos, que representaba mucho
dinero para ese tiempo. Esto quedaba perfectamente especificado; en un contrato
en donde: firman los varones, las viudas no, por no saber escribir.
Desde la misma
petición de la fundación del hospital se advierte que éste debe ser
administrado por la orden de San Juan de Dios seguramente por el reconocimiento
de su obra por ese tiempo en la región (Atlixco).
El testimonio del
capellán Don Domingo Antonio nos fice sobre las dolencias y vicisitudes de la
población “es visto y sentido en mi corazón la gravísima necesidad que padecen
estos pobres por no tener apelación a sus enfermedades los que en estos han
crecido y tan generales que creímos quedarán doscientos (enfermos) o en
despoblado por la muerte de tantos indios…”.
Otro testimonio
de Fermín Joseph nos habla de la inopia y carencia de medios y medicinas… no
sólo en la epidemia de los años anteriores sino en los presentes que se han
experimentado hasta la mortandad, no sólo en los adultos indios y de razpón
sino también en los pequeños…Para la fundación del hospital se consultó al clero secular, para saber si con
la fundación sus derechos parroquiales no eran afectados, y dijeron que de
ninguna manera ni las limosnas, ni los entierros ni las cofradías.
Ante tanta
necesidad de un lugar que ayudase a remediar tantos males de la población se
concedió la licencia por el señor obispo con la promesa del vecindario, de
fabricar el convento hospital, dejando libres los ocho mil pesos que se dijo
que con los réditos de ese dinero se podían mantener ocho camas y cuatro
religiosos, y la manutención de los enfermos se haría con las limosnas del vecindario.
El cinco de Junio
de ese año se concedió la licencia de fundación del hospital, apegado a la ley
real en su capítulo séptimo donde se establecía no ser convento ya que esas las
daba directamente el rey de España,
también permitía que hubiera iglesia abierta, sagrario y una campana, los
solicitantes pidieron que hubiese un padre que hable español y mexicano y que el número de religiosos no sea más de cuatro. En la licencia se
recomendaba que los capitanes se concentraran en la compra de una sola finca
para que ésta dejara sus rentas. Los padres de San Juan de Dios por su parte
nombraron a Fray Blas de Sandoval para que tomara posesión en el sitio para el
hospital, de los ocho mil pesos que había para efecto; además se le facultó
para que solicitara la ejecución del material de la fábrica, de la enfermería e
iglesia a todos los señores que así lo ofrecieron.
La toma de
posesión se llevó a cabo el día seis de Agosto de dicho año; estuvieron
presentes los reverendos padres: Prior, Cura y demás religiosos del Concento de
Santo Domingo de la Población, el bachiller Don Tadeo Fernández de la Parroquia
de Españoles, sus tenientes, vicarios, los principales vecinos, Don Bartolomé
López Arias interprete, donatario del sitio donde se erigiría el anhelado hospital.
Ya reunido
hicieron una ceremonia que consistió en recorrido: “Salieron de las casas
reales acompañados de todas las personas de dicho común acompañados de
banderas, caxas y clarines, llegaron al sitio que está al costado de la plaza
que está en dichas casas reales, hacia el oriente en la primer esquina del
dicho señor alcalde mayor y del alguacil mayor. Cogieron de las manos a dicho
reverendo Fray Blas de Sandoval y dijeron que en nombre de su magestad sin
perjuicio de tercera, daban y dieron dichos hermanos de la orden de San Juan de
Dios y en su nombre hermandad posesión en aquel primer lindero colindante de
las mismas casas reales… En un acto de posesión el reverendo padre arrancó
hierbas, mudó piedras de un lugar a otro y de este citado lindero se hizo la
misma ceremonia en la esquina que linda con la calle que viene del calvario
hasta la orilla del río, siguieron para el oriente quedando la esquina real en
la mediana del dicho sitio, se hizo lo mismo para el norte hasta dar la cuarta
esquina regresando al lugar donde se originó la ceremonia quedando dicho sitio
cuadrado y arreglado a la medida de los títulos de donación, la posesión la
tomó quieta y pacíficamente sin alteración alguna…”.
Así fue como se
inició la obra hospitalaria de los hermanos de San Juan de Dios quienes
edificaron un modesto establecimiento con las limosnas de la población, pues el
capital que había sido donado no estaba disponible, por esa razón el edificio
fue de los más modestos y no lo suficientemente fuerte para resistir el paso
del tiempo.
Para el año de
1770 según el informe del padre Fray Pedre Vélez el hospital se hallaba muy
deteriorado, parte de sus celdas estaban caídas y la iglesia estaba a medio
construir; no se terminó su edificación. Por la falta de obras pías, ya que las
rentas que se tenían sólo llegaban a 140 pesos anuales. Las limosnas que recogían al año llegaban a 60 o 70 peso; el hospital era
atendido por un religioso, el propio Martín Pérez Valdivieso, y se decía que
existían otros dos más fuera de éste. En aquel momento el hospital contaba con
8 camas y atendía sólo a tres enfermos. Por otra parte el alguacil Mayor Don Ramón Rincón declaró que el hospital se
presentaba en un estado deplorable; las celdas estaban caídas y las demás a
punto de ruina; hasta dónde vive el superior estaba apuntalada; que en la
iglesia no se trabajaba; el material que había se fue vendiendo; sólo cobraban
algunas pequeñas rentas que les llamaba “principalitos” pero muy cortos ya que
las propiedades que tenía el hospital estaban deterioradas; las camas con que
contaba la enfermería estaban muy deterioradas.
Iglesia de San Jua de Dios. Foto: Archivo Izúcar 2014. |
Era evidente que
el hospital no se podía sostener porque no contaba con el apoyo de la iglesia secular;
esta diferencia con el de Atlixco, institución que tenía el apoyo de la iglesia
con el noveno y medio de los diezmos, los derechos parroquiales y bastas
rentas, por ello podía ofrecer al enfermo una mayor atención. En Izúcar no era
así, la pobreza se reflejaba en el cuidado de los enfermos, quienes en
innumerables ocasiones fueron atendidos por un muchacho que se encontraba en el
hospital y éste por su falta de conocimiento al respecto sólo se limitaba a
untar al enfermo alguna medicina provocando con ello la desconfianza de éstos y
las críticas de los vecinos, en otras ocasiones. Los enfermos ni siquiera eran
recibidos en el nosocomio. A esa situación se le añadía la negligencia de
algunos hermanos Juaninos, quienes en innumerables ocasiones llevaban una vida
licenciosa y dilapidaría de los bienes del hospital; además de frecuentar los
lugares prohibidos para ellos.
Por aquellos años
fue trasladado el padre Prior Fray Juan Fernández quién fue el administrador de
este hospital. Desde su llegada inició una obra importante de reconstrucción y
buena organización del hospital, a él se debió la reedificación propiamente de
la iglesia y la reconstrucción del hospital, además de tener un notable
reconocimiento a su instrucción médica y quirúrgica.
Ante un eventual
cambio de este fraile, en el año de 1784, los vecinos de Izúcar hicieron saber
a las autoridades religiosas de la orden la obra del padre Fernández;
reconocieron que durante su estancia, además de las mejoras materiales, que le
hizo al edificio mejoró mucho a los enfermos que llegaron al hospital y a otros
los atendía en sus casas sin pedir estipendio alguno; en tiempos de epidemias
los alojaba en otros lugares y les proporcionaba medicamentos; además con las
limosnas procuró dotar al hospital de bastante ropa a los enfermos; la falta de
limosnas no impidió la atención de éstos, proporcionándola con su propio
trabajo. Toda la argumentación hace hincapié en la falta que hace una persona
preparada en la atención médica; él, que poseía esa cualidad, realmente resultó
una persona de gran ayuda para el socorro y alivio de los pobres de esta
población. El padre continúo con su labor; sin embargo, a pesar de este gran
esfuerzo el hospital volvió a decaer. Para el año de 1792 este hospital sólo
tenía dos hermanos; el edificio se encontraba en ruina; la enfermería tenía 18
camas dispuestas en dos filas encontradas, era la parte que daba al poniente y
sólo un hermano estaba al cuidado de los enfermos.
La protesta de
las autoridades se hizo sentir al ver que la orden no estaba cumpliendo con lo
dispuesto; en lugar de los cuatro
hermanos sólo había uno y no mantenía el edificio. Para ello pidió un informe
en el cual se establecía que el hospital sólo contaba con 120 pesos de réditos
anuales de 2400 que se reconocían a su favor y tres casas en mal estado que
rendía 8 pesos que algunos de los que dijeron iba a dar al final no cumplieron.
Ante tan
deplorable situación del hospital, el padre Francisco de Zamacona pide permiso
para desarrollar algunas actividades que permitan al hospital continuar su
labor; propone desarrollar eventos como comedias y corridas de toros para
reunir dinero y reconstruir el edificio. En ese año el citado fraile inicia una
cruzada para rehabilitar el hospital; para ello se valió de la representación
de comedias, rifas y corridas de toros.
Para la
representación de las comedias el propio padre dice: “llamé a todos los
vecinos… propuse se dividiera el pueblo en dos partidos y en cada uno de ellos
se escogiese un sujeto de mover los ánimos de los demás a fin de que fuera
juntando materiales como: piedra, cal, ladrillo, arena; para que el día de
elección del nuevo director o ambos depositaran dichos efectos… con el fin de
que esto sirviera como estímulo al nuevo que entrare”. Todo el pueblo participó entusiastamente con esta idea, no sólo los hombres
sino y sobre todo las mujeres. Se nombró a una presidente que fue la que puso
el ejemplo. La rifa
consistía en 50 pesos. El boleto costaba medio real y el billete que saliera en
primera suerte sería el premiado. Para conseguir la licencia de está rifa tuvieron que someterse a una
investigación de las autoridades civiles; éstas querían saber en qué
condiciones se encontraba el hospital para otorgarla, hecho que no hicieron.
Las corridas de toros no se sabe si realmente se efectuaron o sólo quedó en
proyecto.
La investigación
arrojó que durante los años de 1775 a 1792 el pequeño hospital atendió a 3640
enfermos, de los cuales murieron 641. A parte contaba con 2160 pesos de
rédito, 468 pesos de limosnas y 432
pesos de arrendamientos. El personal lo conformaba una cocinera y una ayudante, una atolera, un aguador,
una lavandera y una colchonera para atender a los 200 enfermos que
aproximadamente entraban por año en la enfermería. Se decía también que ésta estaba
diseñada a la manera del hospital de San Pedro con una habitación de bóveda, en
dónde se encontraban 15 camas. Para 1793 el hospital estaba sostenido con el
dinero que provenía de la representación de comedias, evento que tuvo gran
éxito en la población. Éstas se representaban valiéndose del estilo de las
principales ciudades de la Nueva España. De las diferentes órdenes se hicieron
los días de pascuas y días festivos por más de un año, con ello el hospital
tuvo material durante 19 meses. En las funciones intervenían vecinos y vecinas
del pueblo, se iniciaban a las 5 de la tarde y terminaban a las 8 de la noche,
el teatro se improvisó en un corral contiguo a la enfermería, era a cielo
descubierto y podían entrar hombres y mujeres por separado; las
representaciones se hacían con una arpa y unas guitarras. Estas representaciones fueron duramente criticadas por los frailes del colegio
de San Fernando de la misma población, la manzana de la discordia fue sin duda
la licencia concedida para las representaciones teatrales.
Las limosnas y
contribuciones de los devotos vecinos, la limosna del medio real que pagaban
para asistir a las comedias era los arbitrios con que contaba el hospital y con
el cual se pudo reedificar éste y su iglesia. La necesidad del hospital para
ser subvencionado provocó la propuesta de los clérigos de subir impuestos y
alcabalas: medio real a la entrada de los indios que llegasen al pueblo, un
peso por barril de aguardiente, entre otros. Sugerencias que no fueron
aceptadas por la complejidad que presentaban y finalmente se aprobó:
recolección de limosnas, contribución del medio real de cada puesto de la plaza
en un día de tianguis y de las tiendas. Con estas medidas mejoró su situación y desarrolló su actividad durante los primeros
veinte años del siglo XIX. Al igual que todo los hospitales, con el nuevo
Gobierno, emanado de la independencia en el año de 1821, éste pasó a manos de
los Ayuntamientos Municipales; inicia así una nueva etapa de su historia.
Conclusión
El hospital de
San Juan De Dios de Izúcar, nació con el deseo ferviente de remediar una
situación que la población tenía en cuanto a la salud pública. Este hospital no
tuvo la suerte de otros hospitales del obispado que fueron apoyados por las
autoridades religiosas. Por esto su ejercicio hospitalario fue limitado; a
pesar de ello, a finales del siglo XVII el hospital dio muestras de su
efectividad y buena administración. Esta historia muestra en buena medida cómo el estado Español dejaba recaer el aspecto de la salud pública en las órdenes religiosas.
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